domingo, 21 de junio de 2009

El poder de la resurrección

Apocalipsis, los últimos tiempos. ¿Está usted afirmado sobre la Roca?


EL CONOCIMIENTO DE SU PODER


Efesios 3: 1-23
Efesios menciona algo que se extiende de eternidad a eternidad. Por un lado, tenemos la eternidad pasada. En ella Dios llevó a cabo una predestinación, un plan y una voluntad. Por otro, tenemos la eternidad futura. En ella Dios realizará Su propósito y obtendrá lo que El será para siempre. Pero, ¿qué está realizando en medio de las dos eternidades, dentro de la expansión del tiempo? ¿Y qué está haciendo hoy para llevar a cabo lo que determinó desde la eternidad pasada y lo que obtendrá en la eternidad futura?

La oración de Pablo presenta dos aspectos, uno general y uno personal. Desde la perspectiva general, él oró para que tuviéramos el pleno conocimiento de Dios, para que conociéramos la esperanza de nuestro llamamiento, y las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos. Y desde el ángulo de la aplicación personal, oró para que llegáramos a conocer “la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos”. Después de que conocemos a Dios y Su obra de eternidad a eternidad, experimentamos tal poder dentro de nosotros, y sólo entonces el aspecto específico y personal empieza. Primero necesitamos la visión general, para después tener la aplicación personal. Muchos cristianos han descuidado por completo el primero de estos dos aspectos; piensan que pueden prescindir del conocimiento de Dios y de Su voluntad eterna; y toman como su prioridad obtener el poder de Dios para sí mismos. Y llegar a ser más santos, más victoriosos y más espirituales en sí mismos. Su atención está en ellos mismos y no en Dios. Pero el enfoque de Dios es diferente: por medio del conocimiento que tengamos de El y de Su propósito eterno, El obra en nosotros hasta llevarnos a cumplir Su propósito eterno. Dios obra en nuestro interior con el fin de cumplir Su voluntad eterna. Todas nuestras victorias personales y nuestras obras individuales deben estar dirigidas al cumplimiento de la meta eterna de Dios.

Muchos hijos de Dios toman con reservas este asunto. Su atención está centrada principalmente en sus cosas personales; les preocupan sobre todo sus victorias personales, su santidad personal, y que sus oraciones individuales reciban respuesta. Esta es la condición de los que no buscan al Señor de corazón y también de los que, aunque buscan al Señor, les preocupa ante todo conducirse de la manera más apropiada ante el Señor. Muchas veces no tienen interés en el Señor sino en que sus problemas personales se resuelvan. Su atención está fija en sus problemas personales. Todo su deseo y esperanza es simplemente que Dios les dé paz y felicidad. Un gran número de creyentes están centrados en sí mismos; toda su vida y toda su atención giran en torno de sí mismos, y no del Señor.

Es verdad que Dios desea obrar en nosotros y que necesitamos victorias personales, santidad, poder, fortaleza, libertad y liberación. Pero hay cosas mejores que ésas. Dios quiere que tengamos una visión, y que conozcamos la meta de todo lo que El está haciendo; además, El desea obrar en nosotros para cumplir esa meta. La meta de Dios no consiste simplemente en concedernos una vida santa y vencedora. Su meta no es tan pequeña. Dios desea mostrarnos la obra que se propone a realizar de eternidad a eternidad. Toda persona redimida tiene parte en Su plan, y Dios obra en ella en conformidad con la operación de la fuerza de Su poder, a fin de cumplir Su plan eterno.
Con base en todo lo anterior, debemos ver un principio crucial; que Su obra personal en el individuo depende de la visión que éste tenga; y que el poder personal que la persona reciba se basa en la visión que tenga. Primero viene la visión y después el poder. Primero es lo general y luego lo específico y personal. Si alguien no tiene la visión, no puede esperar que Dios obre en su interior. Supongamos que un padre le pide a su hijo que le compre algo, y le da el dinero para ello. El padre no espera que su hijo obtenga más dinero, sino simplemente que le traiga lo que le encargó. De igual manera, Dios nos dio poder no sólo para que tengamos un deleite personal y espiritual, sino para lograr Su meta. Debemos examinar a fondo este asunto delante del Señor. Tal vez pensemos que este asunto es demasiado amplio. Y ciertamente lo es, pero está estrechamente relacionado con nuestro futuro espiritual. Muchos nunca experimentan una obra personal de Dios en sus vidas debido a que nunca han recibido una visión. Toda obra personal se basa en la visión que recibimos de Dios. La visión viene primero, y la obra personal y específica luego. Primero obtenemos la visión, y luego experimentamos la obra. Primero conocemos la esperanza del llamamiento y las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos; y luego experimentamos la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros. Que el Señor nos conceda gracia para que veamos que no es suficiente ser siervos en la casa de Dios; ni sólo llevar a cabo algunos deberes. Sólo los amigos de Dios conocen Su corazón. Deben ver, conocer y tener una visión que los atraiga y que capture su corazón, hasta el grado que comprendan que el Señor toma lo que ellos hagan como parte de Su obra.

Sólo llegamos a ser útiles al Señor cuando tenemos la visión; únicamente podemos ser usados cuando conocemos la obra de Cristo y el poder de Dios en nosotros. Tal visión nos permite ver el plan de Dios, y tal poder nos capacita para cumplirlo. La visión nos permite entender el plan de Dios, mientras que el poder nos permite llevarlo a cabo. El apóstol nos muestra que no sólo debemos conocer la esperanza del llamamiento de Dios y las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos; sino también “la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos”. No sólo debemos conocer a Dios, Su plan y Su meta, sino también el poder de Su fuerza. Si el poder de Dios no ha realizado nada en nosotros, significa que no lo conocemos realmente, ni Su plan ni Su propósito. Si conocemos a Dios, y conocemos Su plan y Su propósito, mas no la supereminente grandeza de Su poder, estaremos sólo en un plano general y no personal ni experimental. Esta es la razón por la que debemos conocer a Dios cabalmente, tanto Su plan y propósito, como el poder de Su resurrección.

El versículo 19 dice: “Y cuál la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos”. Este poder es sin duda grande. Es tan grande que Dios tiene que abrir nuestros ojos para que podamos ver su grandeza. Es tan grande que ni aun los santos de Efeso alcanzaron a conocer toda su magnitud, ni a comprenderlo solos; necesitaron que Pablo orara por ellos para que Dios les concediera un espíritu de sabiduría y de revelación y que abriera los ojos de su corazón. Ni siquiera podemos determinar cuán grande es este poder. Sólo podemos decir que es muy grande; es más grande de lo que pensamos o nos imaginamos.

Por lo tanto, nunca debemos subestimar lo que está dentro de este vaso terrenal. Debemos entender que lo que está dentro de estos vasos terrenales es un tesoro (2 Co. 4:7). ¿Creemos esto? Hay un tesoro dentro de nosotros los vasos de barro. Este tesoro es tan precioso que aun nosotros mismos, quienes lo contenemos, no alcanzamos a ver cuán precioso es. Por un lado, vemos que los vasos terrenales son sólo un tabernáculo terrenal que pronto pasará; pero por otro, vemos la supereminente grandeza del poder del Señor para con nosotros. Los hijos de Dios debemos saber lo que recibimos en el momento de ser regenerados. Cuando un hombre es regenerado, recibe al Señor. Tal vez dicha experiencia dure sólo un minuto, pero le toma treinta o cuarenta años descubrir lo que recibió en ese minuto. La experiencia de aquel minuto sucede rápidamente, pero se necesitan treinta o cuarenta años para poder experimentar de manera continua aquel gran don que recibió en ese momento y para que Dios abra sus ojos a fin de que pueda ver tan grandioso don. De aquel minuto en adelante, la supereminente grandeza del poder de Dios empieza a operar en él. La regeneración acontece en un lapso muy corto. Sin embargo, aquellos cuyos ojos han sido abiertos, estarán de acuerdo en que lo que ellos poseen es la vida eterna y estarán de acuerdo también en que existe la supereminente grandeza del poder de Dios. Ningún hijo de Dios comprende cabalmente la grandeza que recibe en el momento de su regeneración, pero los que han experimentado un poco más de esta grandeza, son bienaventurados.

Nuestro crecimiento no depende de cuánto poder recibimos de parte del Señor, sino de cuánto vemos de ese poder. En el momento de regenerarnos, Dios depositó tal tesoro en nosotros los vasos terrenales; sin embargo, necesitamos toda una vida para descubrir la grandeza de este tesoro. Necesitamos toda una vida para descubrir qué clase de tesoro es éste. Si alguien no ve ninguna diferencia entre el tesoro que recibió el día en que fue salvo, y el tesoro que tiene diez o veinte años después, realmente no ha progresado en absoluto. Aunque ha vivido diez o veinte años como creyente, sigue siendo un niño recién nacido. Dios desea que veamos la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros, por medio de la revelación del Espíritu Santo. Nuestra debilidad o fortaleza depende de cuánto hayamos visto. Quienes tienen la visión, son fuertes; y los que no, son débiles. Los fuertes no son los que han recibido, ni los débiles los que no han recibido; pues todos hemos recibido. Lo crucial es si hemos visto o no. Dios obra en nuestro interior no porque le pidamos cosas. El ya nos dio todo lo que nos puede dar; todo está dentro de nosotros. Lo que tenemos que hacer ahora es pedir a Dios que nos dé espíritu de sabiduría y de revelación para poder ver lo que ya recibimos. Aquellos que ven tienen la experiencia. Muchos santos han experimentado un avance espiritual, no por haber recibido una infusión del poder de Dios, sino porque, volviendo en sí, exclamaron: “Gracias Señor, todas estas cosas son mías”. Ellos no rogaron incesantemente que se les concediera lo que les faltaba, pues se dieron cuenta de que ya lo tenían todo, y sólo agradecieron y alabaron a Dios. Aquellos que nunca han visto esto, no conocen la supereminente grandeza del poder de Dios.

¿Cuán grande es el poder de Dios? Pablo habla de “según la operación del poder de Su fuerza”. Debemos prestar especial atención a la expresión “según”. Debemos entender que el poder que actúa en los que creen, actúa según la operación del poder de Su fuerza. En otras palabras, el poder que opera en la iglesia es tan grande como el poder de la fuerza que operó en Cristo. El poder de la fuerza con que Dios opera en nosotros es tan grande como el poder de la fuerza con la que El operó en Cristo. No existe diferencia. No sé si ustedes han visto esto. Si no lo han visto, deben orar. No deben pensar que están bien en todo solamente porque leyeron el libro de Efesios unas cuantas veces o porque han memorizado los versículos 19 y 20 del primer capítulo. Lo que verdaderamente cuenta es la revelación y la visión que reciban. Pablo oró pidiendo que nosotros pudiésemos ver la supereminente grandeza del poder de Dios que recibimos. Si no vemos que el poder que está en nosotros es el mismo que está en Cristo, debemos seguir pidiendo que podamos ver. Si el poder manifestado en nosotros no es el mismo manifestado en Cristo, tenemos que confesar que todavía hay cosas que no hemos visto. Debemos reconocer humildemente que hay muchas cosas que aún no vemos, y que necesitamos que Dios nos las muestre. Sea que las hayamos visto o no, eso no cambia el hecho: el poder que se encuentra en los que creen en Cristo, es tan grande como el poder que está en Cristo mismo. Damos gracias al Señor porque éste es un hecho. Que el Señor abra nuestros ojos para que podamos ver. No tenemos que pedir a Dios que nos transmita más poder. Sólo tenemos que pedirle que nos ayude a descubrir lo que ya tenemos en nuestro interior. Si Dios abre nuestros ojos, y vemos, le alabaremos por lo que ya tenemos.

Ahora veamos qué ha hecho este poder. Pablo dijo: “Según la operación del poder de Su fuerza, que hizo operar en Cristo, resucitándole de los muertos” (vs. 19-20). Este poder facultó a Cristo para resucitar de entre los muertos. Hablar de la resurrección es precioso para nosotros. La resurrección significa ser librado de los dolores de la muerte (Hch. 2:24). La muerte no puede detener a Cristo. Nadie que haya muerto ha podido volver a la vida. Nunca ha habido tal persona. Todos los que murieron en otras épocas, permanecen muertos; no pueden regresar. No obstante, hubo un hombre que resucitó de los muertos. Este es nuestro Señor. El dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. 11:25). El es la vida; por lo tanto, todo aquel que cree en El nunca morirá. El es la resurrección; así que quienes creen en El, aunque mueran, resucitarán. Todo el que ha muerto, está aprisionado por la muerte, nadie puede escapar de ella. Sólo un poder fue lo suficientemente grande como para entrar en la muerte y salir de ella. Este poder es el poder de Dios. Cuando ustedes ven que alguien muere y desean que pudiera seguir viviendo, en ese momento pueden comprobar cuán grande es el poder de la muerte. Es fácil que un hombre entre en la muerte pero es imposible que salga de ella. Es posible que un hombre se resista a vivir, pero es imposible que se resista a morir. La obra de Satanás se lleva a cabo por medio de las tinieblas y de la muerte. Pero el poder de Dios puede pasar por la muerte sin ser detenido por ella; el poder del diablo no puede vencer tal poder, ni el poder del Hades lo puede absorber. Esta es la resurrección. La resurrección pasa por la muerte y no es afectada por ésta. Este poder se encuentra ahora en nosotros. El mismo poder que levantó a Cristo de entre los muertos, nos capacita para pasar por la muerte sin ser atrapados por ella. El poder que permitió que el Señor Jesús fuera levantado de la muerte nos permitirá también a nosotros resucitar de entre los muertos.

Este poder no sólo levantó a Cristo de la muerte sino que también lo sentó “a Su diestra en los lugares celestiales, por encima de todo”; además, “sometió todas las cosas bajo Sus pies, y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”. Dios dio a Cristo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Cristo como cabeza sobre todas las cosas edifica la iglesia. Esta es la razón por la que la iglesia puede recibir el poder del Señor. Hermanos, tal es el poder que se encuentra en ustedes; tal es el tesoro que tienen en su interior. Si aun así, todavía dicen que no pueden ser creyentes, ¿qué más puede darles Dios para que lo sean? Deben decir al Señor: “No me tienes que dar nada más. Ya lo has hecho todo”. Este poder se encuentra ahora en ustedes. Para un creyente no existe problema imposible de resolver, ni tentación insuperable. El poder que el creyente tiene en su interior es el poder de resurrección, el cual lo trasciende todo y es el mismo poder que puso todas las cosas bajo los pies de Cristo. También es el mismo poder que operó en Cristo.

Pablo tuvo mucho cuidado al escribir el libro de Efesios. El temía que erróneamente pudiéramos pensar que esta obra específica era personal, y por ello después de la expresión: “lo dio por Cabeza sobre todas las cosas...”, añadió: “a la iglesia, la cual es Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo ” (vs. 22-23). La obra aplicada del Señor no se dirige a creyentes individuales, sino al Cuerpo. Dios nos muestra que Su plan eterno está relacionado con la iglesia, y no con los creyentes individuales. Es la iglesia la que se relaciona con el plan eterno de Dios. En la eternidad pasada Su plan se relaciona con la iglesia; en la futura también se relaciona con la iglesia y en la actualidad, la obra de Dios también gira en torno a la iglesia. Todo tiene que ver con la iglesia, no con los creyentes en forma particular. Dios quiere que la iglesia reciba este poder, no los individuos. Solos nunca podremos adquirir este poder. Tenemos que pedir a Dios que nos dé Su gracia para que veamos el Cuerpo de Cristo, y que nuestra vida sólo puede ser preservada en el Cuerpo. Ningún miembro que esté aislado del Cuerpo será útil. La vida es preservada cuando ni nuestra vida interior ni la de otros es interrumpida. Si un vaso sanguíneo se rompe y la sangre brota sin parar, todo el cuerpo morirá. Por el lado positivo, cuando los oídos escuchan, todo el cuerpo escucha; cuando los ojos ven, todo el cuerpo ve; lo que un miembro recibe, lo reciben todos los miembros. Por lo tanto, tenemos que aprender a vivir en el Cuerpo. Debemos aprender a estimarnos menos a nosotros mismos y a valorar más a la iglesia. Tenemos que aprender a seguir adelante junto con todos los hijos de Dios y entender que el Cuerpo es el vaso corporativo que preserva la vida. Pablo dijo: “La iglesia, la cual es Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. La supereminente grandeza del poder de Dios la experimentan aquellos que conocen la iglesia. Si alguien no ve la iglesia ni se niega a sí mismo, no tendrá forma de que la supereminente grandeza del poder de Dios se manifieste en él. Por lo tanto, cuando hablamos de la obra aplicada de Dios en nosotros, la unidad básica es la iglesia, y no el creyente individual.

Que Dios abra nuestros ojos para que realmente veamos Su obra en nosotros. Este gran poder viene de nuestra visión y no de otros medios de gracia. Lo más importante es la revelación y la visión. Es inútil simplemente escuchar las doctrinas. Si oímos muchas doctrinas, pero no tenemos ninguna revelación, no experimentaremos ningún poder en nosotros; y las doctrinas que escuchemos serán como cheques sin fondos, que nunca podemos cobrar ni hacer efectivos. Que el Señor nos libre de doctrinas huecas y nos conceda un espíritu de sabiduría y de revelación, de manera que verdaderamente podamos ver algo.

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¡Cuidate!
¡Dios te bendiga!

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